Transgresores

24 de diciembre de 2010

El fin que es principio

Por: Beatriz Zalce


17 de noviembre de 1984: Seis personas se internan en la espesura de la Selva Lacandona. Tres indígenas y tres mestizos. Con diferentes argumentos, han llegado a la misma conclusión: hay que construir un ejército, hay que transformar este rincón, el más pobre, el más olvidado del país en Patria. Llegó el tiempo del “Ahora”; llegó el tiempo de gestar el “¡Ya basta!” que conmoverá a México y al mundo. Una estrella roja de cinco puntas es el símbolo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Son un puñado de soñadores, por eso son invencibles. Varios de ellos no se cuecen al primer hervor. Conocen la lucha armada, participaron en organizaciones guerrilleras, padecieron la brutal represión del gobierno, la tortura y la cárcel. Están decididos a “vivir por la Patria o morir por la Libertad”. Instalan su campamento en la montaña y bajan a las comunidades a hacer trabajo político. Aprendieron a caminar al paso de los indígenas, a cargar lo que ellos cargan, a vivir con la muerte (más de 15,000 chiapanecos cada año morían por enfermedades que en otros lugares se curan con una inyección) y aprendieron a cultivar la esperanza.  
Crecen, crecen lentamente, crecen desde el pie. Aprenden idioma (Tzeltal, Tzotzil, Tojolabal y hasta Chol). Aprenden a escuchar y se dan cuenta que las comunidades indígenas están muy claras: El mando militar quedará en manos de los militares y el mando político, la capacidad de decidir lo tendrán las comunidades, los hombres y las mujeres, los niños y los ancianos de maíz (Comité Clandestino Revolucionario Indígena).
En 1992, cuando el mundo celebra y cuestiona el “encuentro de dos mundos” y lo que implican 500 años de resistencia los zapatistas se reúnen, todos.  Son más de 4,000 y cada uno lleva un ocote que se transforma en luz, en antorcha que marcará el camino a los que vienen atrás. Saben que el pueblo pide acabar con la explotación, saben que urge una lucha de liberación nacional.
Los hombres, las mujeres y los niños se han reunido en la escuela de su comunidad, allá en las montañas del sureste mexicano, en Chiapas. Le preguntaron a su corazón si había llegado el tiempo de empezar la guerra contra el olvido al que los condenaba el mal gobierno que, a través de la firma de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, los vendía a los extranjeros. Se habían preparado silenciosamente desde diez años antes. Están listos. En cada comunidad zapatista se aprueba vivir por la patria o morir por la libertad.

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